Cuadernos Amarillos

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Location: San Cristóbal, Táchira, Venezuela

Arquitecto de oficio (entre otros) y librepensador por convicción. Huyendo del conflicto innecesario y de la pugnacidad fútil. Cultivando pequeños gozos cotidianos. Satisfecho pero no conforme.

Saturday, November 25, 2006

Reencontrando los conciertos - Cerati

Es muy común que quienes ya pasamos largamente de los 30 usemos reminiscencias de hace 15 o 20 años para compararlas con eventos actuales, cosa que despierta en los más jóvenes comentarios como "este vejestorio ya está caduco". No soy de los que dice "todo tiermpo pasado fue mejor", pero si suelo evaluar la actualidad a la luz demis vivencias pretéritas, tratando de ser lo más ecuánime posible. Uno de los aspectos en los que, según mi criterio, existía un pasado dorado y estaba ahora en plena decadencia es la programación de conciertos (me refiero a la música no académica). Pensar que en 1980 estuvo Police, Queen en 1981, Mecano en 1986, 1987 y 1992, INXS, Guns 'n' Roses, Charly García en 1988 (cuando aún tenía alguna que otra neurona lúcida), Miguel Mateos, Soda Stereo en 1986, 90, 92, 95 y 97, y la avalancha de talentos nacionales como Frank Quintero, Ilan, Yordano, Colina, Melissa, Karina... contrasta fuertemente con la magra oferta de estos días.
Por otra parte, en lo personal sentía como una especie de "pérdida de la magia" en los conciertos, que muchos atribuyen a mi edad. Bueno, no puedo negar que me hace vibrar mucho más escuchar a Ana Torroja decir exaltadamete "A ver, San Cristóbal, fuerte! que se oiga en el aeropuerto de Santo Domingo!" que a Don Omar balbucear con pose de fastidio "Buenas noches pipol, tunai güir gona vamos a perreal"
Pero el concierto de Gustavo Cerati del jueves 23 de noviembre me retrotrajo a lo mejor de la época conciertera. No estaba muy seguro de desear hacer la cola para entrar en un estrecho pasillo del centro comercial sambil, entre los olores a sushi rancio y pollo frito hipercolesterólico y los tropezones de las manadas de preadolescentes wannabe de Paris Hilton que acuden a comprar accesorios en el consabido mall; pero eso fue solo un inconveniente menor. Aunque me tocó ver el concierto desde un punto más bien lejano a la tarima (entradas cortesía de Sony Music y John Gavidia), se sentía una especie de conciencia colectiva intimista y un aire de paz expectante. Pocas veces como este he notado que se tenga la gentileza de dotar al grupo compensación con un sonido decente; la gente de Entre Nos divirtió a público con sus guitarreos ochentosos, oficio y pundonor.
Y entró Cerati, en vibración de empatía elevadísima con el público. Desprovisto totalmente de poses (incluso de la pose de la falsa humildad, tan odiosa), intercaló temas nuevos con los clásicos de siempre, dialogó con el público, gozó al máximo de las dos horas y pico de concierto; con su voz intacta e idéntica a la de los discos, cosa de la que muy pocos cantantes pueden presumir. Como siempre, la iluminación muy creativa y psicodélica.
Y para mi satisfacción, no me sentí de vuelta en los ochentas. Sentí algo mucho mejor; que sea de la década que sea, hay música que me hace vibrar, que estremece las fibras de mi alma, que me estimula cerebro, corazón y sentidos.
En resumen y en criollito: La pasé del carajo!
Las fotos, una cortesía de Pablo (quien cada vez es mejor fotógrafo), otra pirateada de la web.

Sunday, November 05, 2006

El triciclo y la bicicleta

A mis tres años, yo era un experto jinete de triciclo. Mi pequeño triciclo verde claro me acompañaba a muchos lugares, cabía fácilmente en el fiat 2300 que tenían en casa, y por eso no era engorroso llevarlo al parque, los pasos, o cuando se iba de visita a casa de alguna familia amiga. Crecí, y ya no cupe en el triciclo. Se suponía, entonces, que el siguiente paso era la bicicleta.
Pues no.
Nunca hubo dinero para una bicicleta. Y a mi me parecía insólito que si lo hubiese para esos horribles suéteres marca “Suevia” o “Capullo Dorado” que me daban alergia y picazón en el cuello y en todo el torso; y no para comprar una simple bicicleta.
Y yo miraba largamente el desvencijado y pequeño triciclo, deseando que se transformase en bicicleta, y así dejar de envidiar a mis compañeros de clase en aquellas largas y solitarias tardes en que obligatoriamente tenía que entretenerme con el sempiterno lego o los capítulos repetidos de las urracas parlanchinas, simbad el marino y meteoro.
Y el triciclo nunca se transformó en bicicleta.

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