Cuadernos Amarillos

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Location: San Cristóbal, Táchira, Venezuela

Arquitecto de oficio (entre otros) y librepensador por convicción. Huyendo del conflicto innecesario y de la pugnacidad fútil. Cultivando pequeños gozos cotidianos. Satisfecho pero no conforme.

Saturday, June 13, 2009

Lo que le paso a Boris Izaguirre

Transcribo parte del articulo del caraqueño Boris Izaguirre, quien tiene mas de 10 años viviendo en España y por lo visto, habia olvidado ciertas condiciones de la fauna pseudoburguesa de esta pseudometropoli:

"En mi segunda y última noche en la ciudad, acudo al Atlantique, un restaurante en la parte inferior de uno de mis edificios fetiches, El Atlántico, en forma de barco, construido en esa década gloriosa de nuestra ciudad entre el 55 y el 65 del siglo pasado. El restaurante acoge un chef español dentro de unas jornadas gastronómicas. En la mesa donde nos sentaremos nueve, hay más cubiertos que en una lista de bodas de Iskia.

Allí empiezan los problemas. El menú de esta noche cuesta 479 bolívares fuertes. Todo el mundo habla al mismo tiempo diciéndome que no pague con mi tarjeta porque lo haría en cambio oficial. Y pienso, vaya delincuentes que hablan con esa facilidad del mercado negro. Al parecer, es algo súper normal en Caracas. No menos cierto que todo el mundo te indica ese cambio paralelo, pero no llevan el efectivo para efectuarlo allí mismo. "Me hubieras llamado antes y te lo hago en mi casa", te dicen. La cena empieza a incomodarme. En primer lugar, porque jamás pagaría esa cantidad en Madrid. Ni siquiera en El Bulli, donde he estado. Todo el mundo habla, se levantan para ejecutar el ritual caraqueño de la saludadera y siguen sirviendo esos platos que cuestan el sueldo de muchos profesionales universitarios. Al final, después del postre, la mesa se vacía de un golpe y soy el único que pregunta, craso error en esta tierra de bucaneros modernos que es Caracas, cómo va a pagarse la cuenta. "¿Cómo o quién?", me corrigen. Al parecer, aquí sólo pagamos los pendejos. El resultado es que me encuentro con un ticket de mi visa española por un valor que supera los 800 euros. "Claro, es que eso son como 1.800 bolívares fuertes", me explican y me siento acorralado, trampeado y sentado incómodamente en el restaurante más caro del mundo. Habiendo degustado manjares que en España cuestan la mitad. Es cierto que éste no es el único restaurante estratosférico de la nueva rica Caracas. La mala suerte es que lo haya sido para mí, una persona que aún se siente inmoral de pagar cantidades de ese tipo por una degustación. Por eso me sentí como un pendejo en una ciudad que considera normal dispendios como éste.

El subdesarrollo en todo su esplendor: Pagas por un placer importado. Para decir que lo has probado sin moverte de casa. La verdad de nuestra burguesía. Aprovechándose del incauto para clavarle. Gastando dinero en comida cuando no sólo se muere de hambre un país sino que es incapaz de producir sus propios alimentos. Alrededor siguen brindando y saludándose, no les interesa mi análisis. Me siento parte de un
gang sin el más mínimo escrúpulo, incapaces de asumir que esa conducta es lo que ha solidificado la Revolución Bolivariana. "Ellos nos imitan, no creas", se escudan, siguen sin escuchar. "No te pongas tan serio", me dice uno de los presentes."Vamos a bailar que van a poner Erasure"."

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